EL ARMA EN EL HOMBRE (Robocop) / H.Castellanos Moya

Novela 

EL ARMA EN EL HOMBRE


Autor: Horacio Castellanos Moya
País: El Salvador
Narrador: Mario Peralta

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SINOPSIS
Los miembros del pelotón lo apodaban Robocop, y era sargento en una tropa de asalto, pero fue desmovilizado tras los acuerdos de paz entre la guerrilla y el gobierno de una nación centroamericana.  Al reintegrarse a una supuesta vida civil, sólo conservó tres fusiles, ocho granadas de fragmentación, su pistola y un cheque por tres meses de salario. Robocop se dedicará entonces a la única labor para la que ha sido preparado: luchar. Y se integrará en distintas bandas que operan como comandos en el marco de una delicada transición política. Porque, para él, la violencia, más que necesidad es un oficio. 

(A modo de introducción)

Los del pelotón me decían Robocop. Pertenecí al batallón Acahuapa, a la tropa de asalto, pero cuando la guerra terminó, me desmovilización. Entonces quedé en el aire: mis únicas pertenencias eran dos fusiles AK-47, un M-16, una docena de cargadores, ocho granadas fragmentarias, mi pistola nueve milímetros y un cheque equivalente a mi salario de tres meses, que me entregaron como indemnización.

Llegué a sargento gracias a mis aptitudes; mi escuela fue la guerra. Los instructores americanos me tomaron aprecio: en una ocasión me enviaron a Panamá, a un curso intensivo de un mes; otra vez estuve en Fort Benning, durante dos meses, en un entrenamiento para clases y suboficiales. Pero a la hora de la desmovilización, cuando nuestros jefes y los terroristas se pusieron de acuerdo, me tiraron a la calle. Aunque no como a la demás tropa, a la que ni siquiera le dieron las gracias. Nosotros éramos el cuerpo de élite, los más temibles, quienes habíamos detenido y hecho retroceder a los terroristas dondequiera que los enfrentábamos. Por eso, la desmovilización de nuestro batallón fue un acontecimiento solemne con la presencia del presidente de la República, del ministro de Defensa y otras altas autoridades; hubo desfile, revisión de tropas, disparos de artillería y discursos en los que se reconocía nuestro arrojo, el valor que habíamos tenido para la defensa de la patria, lo que significábamos para las Fuerzas Armadas.

Los del pelotón me decían Robocop, pero a mis espaldas. De frente debían cuadrarse y decirme "mi sargento", no sólo porque yo era el jefe, sino porque ni a golpes, ni con el cuchillo, ni a tiros alguno de ellos pudo ganarme; tampoco en táctica e inteligencia. Por eso yo daba las órdenes, aunque encima de mí siempre hubo un teniente, un capitán o un mayor comandando la compañía –en realidad varios tenientes, capitanes y mayores que murieron o fueron transferidos a lo largo de la guerra.

Tuve ventajas. No soy un campesino bruto, como la mayoría de tropa: nací en Ilopango, un barrio pobre, pero en la capital; y estudié hasta octavo grado. Destaco por algo más que mi estatura y mi corpulencia. Participé en las principales batallas contra las unidades mejor adiestradas de los terroristas; en las operaciones especiales más delicadas, aquellas que implicaban penetrar hasta la profundidad de la retaguardia enemiga. Nunca fui capturado ni resulté herido. Muchos de los hombres bajo mi mando murieron, pero eso forma parte de la guerra –los débiles no sobreviven.

Pasé ocho años combatiendo, todo el tiempo en el batallón Acahuapa. Cuando terminó la guerra hubo una campaña de desprestigio contra nuestro cuerpo, que persistió pese a que ya habíamos sido desmovilizados. Era propaganda de los terroristas: enfilaron contra nosotros porque los habíamos puesto en su sitio. El hecho de que una unidad del batallón haya participado en la ejecución de unos curas jesuitas españoles también fue utilizado para acosarnos. Pero el Alto Mando nos escogió para esa operación precisamente porque éramos los más eficientes.

No contaré mis aventuras en combate, nada más quiero dejar en claro que no soy un desmovilizado cualquiera.



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