NO HAY QUE CREER... NI DEJAR DE CREER / Mario Peralta

"No hay que creer... 
ni dejar de creer"

Autor: ©Mario Peralta
Tokio, Agosto 2020

Vivíamos en un llano, cerca del Cerro del Mono, esa noche llovía a cantaradas, se oían truenos y caían rayazos. En esa época no había luz eléctrica y a duras penas nos iluminábamos con luz de candil. Estábamos sentados alrededor de la mesota de madera rústica: Margarito, Crescencia, papá, mamá y yo. A los cipotes, nos daba un poco de miedo oír los truenos, el viento azotaba los árboles de mango y aguacate y hasta vibraban las puertas y el techo de nuestra casa vieja. No hubiera sido raro que algún rayo alcanzara nuestra humilde vivienda, pero esa noche por suerte no pasó eso. Estábamos cenando cuando arreció la lluvia, lo normal era platicar ya que no había televisión. Mi papá «no prestaba la guitarra», le encantaba hablar sin parar... así que el ambiente era adecuado para escucharlo largo y tendido.

Lorenzo.–¿Y usted cree en fantasmas papá?...–dije inquieto con el deseo de escuchar sus historias.

Papá.–Pues mirá hijo... yo pienso que no hay que creer... ni dejar de creer. A veces pasan cosas que uno no se las explica. ¿Verdá Mamá?

Mamá.–Así dice la gente, pero a saber...–repuso mi madre, aparentando no creer, pero sí... creía.

Papá.–Pues, cuando yo era cipote así como ustedes –dijo mirándonos a mis hermanos y a mí–, yo tuve una experiencia con mi padre, de la que no me olvido. La noche era parecida a esta. Estaba cayendo una tormenta que traía «sapos y culebras», las aves estaban en el gallinero, los cerdos en la porqueriza, las vacas y bueyes en el establo, todos protegidos, así que no había nada de qué preocuparse. Al principio, los truenos sonaban a lo lejos, por lo que pensamos que la lluvia iba a ser pasajera. Pero poco a poco, el estruendo fue aumentando, hasta que de repente un rayo cayó cerca de la puerta del establo... todos nos asustamos, porque pensamos que el rayo podía causar un incendio o matar a los animales. Mi padre se puso la capa y sus botas de hule y entreabrió la puerta, yo estaba detrás de él curioseando, cuando justo enfrente del establo había un «ser de luz»...

Mamá.–¿un «ser de luz»? ¿cómo va a ser eso? ¿acaso era un ángel caído del cielo?...

Papá.–Yo no sé si sería ángel o sería demonio...

Mamá.–¡Las tres divinas personas!... –dijo mi madre sobresaltada.

Lorenzo.– ¿Y entonces?... –yo quería que mi padre continuara.

Margarito.–¿Y usted no tuvo miedo papá?...–Los varones éramos atrevidos, mi hermanita Crescencia todavía estaba chiquita y no entendía de qué hablaba mi papá.

Papá.–¡Pues yo no tenía miedo! Quizás porque estaba detrás de mi papá y sabía que él me iba a defender. 

Lorenzo.–¿Y entonces?... –mi padre hacía muchas pausas, yo creo que le gustaba dejarnos en capiazón.

Mamá.–¿Y no te acordaste de rezar aunque fuera un «Dios te salve»?... – mi madre era una gran rezadora.

Papá.–Pues la verdad es que de lo que menos me acordé fue de rezar. Yo tenía curiosidad y quería saber qué era aquello.

Mamá.–Pero dijiste que era un «ser de luz»... o sea que ¿tenía forma humana o forma de animal?... –mi madre quería más detalles de aquella cosa rara.

Papá.–Tenía forma humana.

Margarito.–¿Y cómo era pue?... –mi hermano hasta se movía en la silla, inquieto por saber.

Papá.–Parecía un hombre chiquito pero cabezón.

Mamá.–¿Tenía ojos? ¿tenía boca? ¿cómo era?... –mi padre ya nos había motivado a todos con su historia.

Papá.–Yo no le vi los ojos y la boca... era solo un «ser de luz»...–mi padre como que no sabía o no quería decir más de la cuenta.

Lorenzo.–¿Y qué le dijo su papá? –¡claro! yo pensaba que el abuelo debió haber dicho algo.

Papá.–Mi papá se quedó cortado, no podía decir nada al principio, luego se dio media vuelta, alcanzó la escopeta que tenía siempre cargada y le apuntó por si el «ser de luz» nos quería hacer algo.

Lorenzo.–¿Y entonces?...

Papá.–Pues entonces, el «ser de luz» no nos puso atención, sino que solo agachaba la cabeza y hacía como que estaba mirando el suelo. Como si estuviera buscando algo...

Mamá.–¿Cómo se le iba a andar perdiendo algo en la finca de tu papá si nunca antes lo habían visto?... ¿verdá? –repuso de manera lógica mi madre. 

Papá.–Pues no, ¡nunca!. Primera y última vez que yo recuerde –enfatizó mi padre.

Margarito.–¿Y estaba lejos el establo papá? –otra pregunta lógica de mi hermanito.

Papá.–¡No’mbe qué va a ser!... quizás a unos cincuenta metros más o menos...

Mamá.–¡Ah la perica!... o sea que si los hubiera atacado, tu papá no le hubiera pegado tan fácil a ese «ser de luz»... –mi madre sabía del alcance de los perdigones.

Papá.–Quizás al principio no le hubiera pegado, pero si se acercaba más, sí le hubiera caído algún perdigón... Yo creo que mi papá solo pensaba disparar al aire para asustarlo... para que se fuera –¡Claro! no quería meterse en problemas nuestro abuelito pensé.

Lorenzo.–¿Y entonces?... –volví a arremeter.

Papá.–Entonces, el «ser de luz» usó una cosa como si era una estaca o espada y comenzó a puyar el suelo... va de puyar y puyar...

Mamá.–¿Y qué estaría buscando pue? –Mamá estaba intrigada.

Papá.–¡Sepa Judas!... el caso es que puyaba y puyaba, puyaba y puyaba... mientras mi papá y yo solo lo veíamos con los ojos bien pelados...

Margarito.–¡Qué feyo papá! A mí me hubiera dado miedo –confesó mi hermanito sin andarse haciendo el valiente.

Lorenzo.–¡Es que mi papá desde chiquito era valiente! ¿verdá papá? –le daba coba a mi papá porque sabía que le gustaba. 

Papá.–Pues yo no sé si sería valentía o qué cosa mi’jo... a mí lo que me daba era curiosidad... ¡uno cuando está cipote es tonto! –Papá presumía.

Mamá.–¡Pónganle cuidado cipotes! ¡No hay que andar de curiosos porque «la curiosidad mató el gato»!... –¡Nos prevenía mamá sabiamente!.

Papá.–No creás, la curiosidad es buena a veces... –repuso mi padre a mi madre.

Lorenzo.–¿Entonces?... –seguía la capiazón.

Margarito.–¡Siga contando papá! –mi hermanito estaba tan motivado como yo.

Papá.–Pues entonces, el «ser de luz» puyaba y puyaba... ¡de repente! ¡se quedó quieto!...

Lorenzo.–¡no se detenga papá! –ya no me aguantaba por saber el desenlace.

Papá.–¡Tené paciencia cipote!... –me paró en seco mi papá–. Entonces, como les decía... el «ser de luz» volteó la cabeza para arriba y cayó un rayazo que hasta nos aventó a mi papá y a mí hasta el interior de la casa. Y cuando nos levantamos y vimos afuera... el «ser de luz» ya no estaba, la tormenta había amainado y fuimos a ver a los animales por si no se habían muerto del rayazo o del susto. Para sorpresa nuestra los animales solo estaban medio asustados.

Mamá.–¿Y ese «ser de luz» que decís... no había dejado alguna seña en la tierra?... –mi mamá tratando de hallarle sentido a aquel volado tan misterioso.

Papá.–Pues fijate que sí... allí merito, en el lugar donde el «ser de luz» había estado parado y puya que puya... la tierra estaba achicharrada y echando humito.

Mamá.–¡Santo Niño de Atocha!... ¡Quizás era «El Cachudo»!

Papá.– ¡Pues a saber!... pero sí es cierto que olía a cacho quemado...

Mamá.–¡Sagrado Corazón de Jesús! –mi madre se santigüó y comenzó a rezar entre dientes–.

Margarito.–¡Híjole papá! ¿Y no le dio miedo? –mi hermanito ya se imaginaba en lugar de papá.

Papá.–Pues la verdá es que no. Como les digo, solo sentí curiosidad. Por eso es que les digo que «No hay que creer... ni dejar de creer»... uno no sabe.

Mamá.–Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, vénganos tu reino... –rezaba mi madre afanada. 

Papá.–Estas cosas extrañas no solo pasan por estos lados, sino pregúntenle a su mamá –dijo papá indicando con su cabeza a mamá.

Margarito.–¿Es cierto mamá? –Dijo mi hermano intrigado. 

Mamá.–Pues sí, es cierto. Allá por San Pedro, de donde yo soy, a veces también pasan cosas que solo pueden ser obra de los malos espíritus o de las almas en pena. 

Lorenzo.–¿Y entonces qué hacía usted cuando le pasaba algo? –pregunté yo, pensando que tal vez habría algo especial para esos momentos. 

Mamá.–¡Rezar hijos! ¡rezar a nuestro padre Dios todopoderoso y a la Virgen Santísima para que dé consuelo a esas almas que purgan a saber qué...

Margarito.–¿Y usted papá? –terció mi hermano prontamente.

Papá.–¿Usted qué?... –mi padre repitió la pregunta como queriendo zafarse del asunto.

Margarito.–¿Qué hace cuando le sale un mal espíritu como dice mi mamá?

Papá.–¡Pues yo les grito una buena «pupuseada» para que me dejen tranquilo!

Mamá.–¡No seas malcriado! ¡No les des mal ejemplo a estos cipotes!

Papá.–Yo no soy malcriado, solo le estoy respondiendo a Margarito... pero contáles algo a estos bichos vos –mi padre le reviró la pregunta a mi madre–, porque todavía está lloviendo y no es hora de acostarse.

Mamá.–Pues allá en San Pedro, donde mis papás, en la casa vieja que ustedes ya conocen, hay varios cuartos y desde que se casó mi hermana mayor, fueron quedando los cuartos vacíos. Y una vez que una prima estuvo de visita, le dijo mi madre que se quedara a dormir allí. ¡Pobre mi prima! al día siguiente nos contó que no pudo dormir porque dijo que los vecinos le habían hecho mucha bulla. 

Lorenzo.–¿Los vecinos hacían bulla de noche? –dije yo inquieto.

Mamá.–¡Qué va a ser! La casa de la par también tenía cuartos vacíos y allí no se quedaba nadie. 

Margarito.–¿Entonces? –mi hermano siempre listo para repreguntar.

Mamá.–Pues entonces ¡que no había nadie!... a mi prima le hicieron «burleta» los malos espíritus... Nos contó que primero oía murmullos, como si una pareja estaba hablando en voz baja, pero después hicieron más ruidos; se oía como si arrastraban una mesa y por último... ¡quejidos! como si alguien estaba enfermo y se quejaba de dolor.

Margarito.–¡Qué feyo mamá! ¡hoy me van a asustar cuando esté en la cama! –mi hermano ya estaba preocupado y con miedo.

Mamá.–¡Calláte! ¡no seas bereco!... ¡aquí no hay nada! ¡recen conmigo a su Ángel de la Guarda antes de acostarse y ya van a ver que van a dormir bien galán! –dijo mi madre tratando de tranquilizar a mi hermano menor. A todo esto, Crescencia estaba bien dormidita, libre de nuestros temores.

Lorenzo.–¿Y usted reza también papá? –interrogué a mi padre, porque no lo veía muy convenido a rezar. 

Papá.–¡Hacele caso a tu mamá!... ¡bicho preguntón!... –Con esa respuesta, entendí que no le gustaba rezar, pero no quería confesarlo, ni tampoco nos decía que no rezáramos.

Esa noche fue larga, no dejaba de llover, todos nos fuimos a dormir pensando en el «ser de luz», en murmullos y quejidos, cruzando los dedos para que no se nos apareciera nadie ni oyéramos ningún ruido extraño. Mi mamá rezó con nosotros, después se fue a dormir junto con mi padre, pero a decir verdad yo oía que seguía rezando el Rosario –¿o serían murmullos de aquellos?–, poco a poco todo se fue quedando quedito. 

Más adelante mis hermanos y yo seríamos objeto de «burletas» de los malos espíritus en el monte y confirmaríamos que nuestro padre tenía razón: «No hay que creer, ni dejar de creer»... y hay que andar siempre ¡ojo al Cristo!.


 Autor: ©Mario Peralta
Tokio, Agosto 2020



Cerro del Mono
Depto. La Paz, El Salvador.

Fondo sonoro
Grupo: TALTICPAC (El Salvador)
Canción: Tumijmiktuk






























































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