EL ZUMBIDO / Mario Peralta

 EL ZUMBIDO


Autor: ©Mario Peralta
Fecha: Tokio, septiembre 2020


Cuando yo era chico, esperaba con ansia los fines de semana. Pero principalmente los sábados por la tarde y los domingos por la mañana. Esos días y a esas horas, solíamos dedicarnos al ocio familiar. 

En casa vivíamos ocho personas: mis dos abuelos, dos tíos, dos tías, mi hermano de seis años y yo de once. 

Los sábados por la mañana, tío Meme y tío Pablo iban de compras al centro histórico de la ciudad y cuando volvían al mediodía, llevaban muchas cosas interesantes además de algunos productos básicos para consumo de todos nosotros. Entre las cosas interesantes siempre había un par de “Long Plays” (discos de vinilo) de música variada; a veces de jazz, a veces de boleros, de pop o música orquestal. Por supuesto, ocasionalmente algún disco de música clásica, de preferencia de Juan Sebastián Bach o de Ludwig van Beethoven. Estos discos venían a nutrir la amplia discoteca que lucía perfectamente ordenada en un viejo estante de madera de cedro. Cada género tenía su anaquel correspondiente. 

El equipo de sonido en el que escuchábamos la música era el tesoro familiar más preciado. Los componentes eran independientes, porque habían sido seleccionados por sus características especiales: un amplificador de tubos “H.H.Scott” –que parecía aumentar su potencia a medida que se iba calentando–, un tocadiscos “Dual” y un tocadiscos “Garrard” –el segundo de tecnología más antigua que el primero, pero no por eso de calidad inferior en su reproducción–, una grabadora de carretes y cartuchos “Akai” –la cual podía funcionar independientemente, sin más aditamentos–, una cassetera-deck también “Akai” y dos cajas de parlantes enormes hechas de madera, con unos potentes bajos, medios y agudos de marcas diferentes. Estas cajas habían sido ensambladas por mis propios tíos, quienes eran altamente exigentes en sus aficiones. 

Los discos y el equipo de sonido lucían ostentosos acaparando toda una pared enfrente del sofá y los sillones en la sala de estar, allí nos acomodábamos todos para escuchar la sesión musical que mis tíos dirigían, alternadamente. Asimismo, tío Meme ponía en la mesa de centro unas bolsas que contenían algún libro de Lovecraft, Bradbury,  García Márquez o Borges entre otros, que había comprado en su librería preferida y las revistas adquiridas en el estanquillo; su infaltable “Playboy”, la del “National Geographic”, “Duda” –sobre acontecimientos misteriosos en la historia y la presencia de los ovnis–, “Billiken” –entretenimiento para niños–, y muchas historietas o paquines –como solíamos nombrarlos–.

A mi hermano y a mí nos encantaba ver los paquines con los personajes de la época: Batman, Spider-Man, Superman, Tarzán, Lulú, Trucutú y hasta las Aventuras de Aniceto. Era muy divertido. Lo que no me gustaba era que me regañaran por acercarme demasiado los paquines a los ojos. Me causaba enojo y temor. Mi tío Meme era muy alegre, pero también estricto; pensaba que yo no estaba enfermo de la vista, sino que era “malicia”. Se dio cuenta de que estaba equivocado hasta muchos años después. Mientras tanto yo batallaba como podía con mi miopía y la letra pequeña de las historietas y revistas. 

Mentiría si dijera que a tío Meme le bastaba solo con libros, revistas y música para sentirse a gusto, no era así, él me enviaba a comprar a la tienda más cercana una media docena de cervezas para completar el escenario. Él era el único que se las bebía, mi otro tío era abstemio. Así disfrutábamos escuchando y leyendo, cada quien de acuerdo a su edad, las nuevas adquisiciones cada fin de semana. 

Ese domingo había sido como cualquier otro; por la mañana habíamos estado escuchando música, después un almuerzo familiar, vimos la película mexicana de la tarde, un breve descanso en el que jugamos “No te enojes” (un juego de mesa) y luego otra vez a la pantalla chica para ver “Disneylandia”, la serie de vaqueros, la serie policial, la película y por último a dormir. Claro que mientras veíamos la televisión, cenábamos y charlábamos. Cabe mencionar que en ese entonces, el televisor estaba a un lado de la cabecera de la mesa de comedor rectangular. Así que el centro de atención para todos era lo que se proyectaba en el aparato, en la pantalla blanco y negro de veinticuatro pulgadas. Siendo la mesa para seis personas y la familia de ocho más el televisor en lugar preferencial, había que acomodarse aunque fuera en las esquinas de la mesa. Nadie rezongaba por eso.  El día domingo desde el mediodía en adelante la atención estaba enfocada en la televisión, las comilonas y la charla entre familia. 

Terminamos de cenar como a eso de las ocho, así que había tiempo para seguir viendo la serie de policías y ladrones. Mi hermano estaba muy pequeño y se iba pronto a la cama, yo por mi parte quería ver a los policías en acción. Sin embargo, tío Meme era reacio a que yo viera ese tipo de películas y solía decirme:

–Esas no son películas para niños… ¡acostáte y dormíte! 
Pero mi abuela consentidora, desde su cómodo sillón decía:
–¡Dejálo que la vea! ¡no tiene nada de malo!
Ante lo cual mi tío reponía:
–Sí, pero no mamá. No lo consienta tanto. 

A pesar de los dimes y diretes entre tío y abuela, yo lograba quedarme un rato más, sin hacer mucho ruido. Si mal no recuerdo, la serie policial se llamaba “Ironside”, la cual trataba de un policía que siempre andaba de mal humor y que para su desgracia se movía en una silla de ruedas. ¡Razón suficiente para tener carácter agrio! –pensaba yo–.

A las nueve de la noche terminada la serie policial, proyectaban un programa que tenía por nombre “Premiere mundial”. En realidad allí presentaban diversos géneros de películas, unas divertidas y otras más serias y complejas que otras. Mi tío volvió a insistir:
–¡Ahora sí cipote! ¡Andá… acostáte!
Pero mi abuela me volvió a defender:
–¡Dejálo que la vea un ratito y luego que se vaya a acostar, para que ya no esté en la insistencia!… ¿oíste cipote?
Yo respondí:
–Sí abuelita, solo voy a ver un ratito. 

Curiosamente, los únicos que no teníamos sueño en ese momento éramos tía María, tía Clara, tío Pablo y yo. Tío Meme y mi abuela sí tenían sueño. Mi abuelo hacía rato que se había ido a dormir. Al poco rato de comenzar la película, comenzaron los ronquidos de mi abuela y luego los del tío Meme. Mi abuela roncaba fuerte y además cabeceaba dando la impresión de que se podía desnucar.

Tía María preocupada por el cabeceo constante de mi abuela , le dijo:
–Mamá ¿por qué no se va a dormir? Después le va a estar doliendo la nuca. A lo que mi abuela entre dormida y despierta respondió:
–¿Quién se está durmiendo?… ¡Si tenés sueño andá… acostáte vos!
Y siguió en su rutina de cabeceo y ronquido bien acomodada en su sillón especial.

Tío Meme estaba sentado en la silla del comedor, con sus brazos traslapados en medio de sus piernas extendidas y entrecruzadas, No sé cómo hacía para no caerse de la silla, ya que se balanceaba hacia adelante dando cabezazos hacia atrás cuando sentía que se caía. Miré hacia el otro lado de la mesa y tío Pablo estaba atento a la televisión, pero también comenzó a dormirse haciendo otros balanceos parecidos a los de tío Meme, pero sobre su brazo, que tenía apoyado sobre la mesa haciendo escuadra. A mis tías no les atrajo la película, así que se levantaron: una se fue a su habitación y la otra se fue a arreglar las ollas y a limpiar la cocina. Mi hermanito ya estaba durmiendo en su cama, igual que mi abuelo quien era muy disciplinado en el cumplimiento de su horario. Yo seguía fijo en mi esquina del comedor pellizcando tiempo.

Cuando dieron las once, tío Meme estiró los brazos, bostezó, se restregó los ojos con sus manos y se incorporó de la silla, justo entonces comenzó a decir con voz inquietante:
–¿Qué es eso?… ¿Qué es eso?… ¡¡QUÉ ES ESO??…

Parecía que veía algo en el techo. Mi abuela se despertó de inmediato, se le quedó viendo a mi tío y le dijo:
–¿Dónde hijo?

Tío Meme siguió alzando la voz:
– ¡En el techo! ¡en el techo!... ¡EN EL TECHO!

Tío Pablo que ya había abierto los ojos, miraba hacia el techo, no distinguía nada raro y le preguntó:
–¿Dónde hermano? Yo no veo nada raro…

Tío Meme contestó levantando su mano derecha e indicando con su dedo índice hacia arriba, mientras mantenía sus ojos clavados en la lámpara del techo:
–¡Allí arriba!... ¡ALLÍ ARRIBA!

El techo era alto e inclinado, la lámpara colgante era de cristal y tenía una forma curiosa que semejaba varias cosas según mi imaginación: un “enredo de yuca”, un “dulce de algodón” mal hecho o una “fogata con sus llamaradas”, una forma nada común, diría que caprichosa, extraña, que a mí me costaba entender y quizás por eso mismo, mi tío se había sentido motivado a comprarla hacía tiempo en una tienda de curiosidades allá por la calle a San Antonio Abad. Pero en ese momento, la lámpara estaba apagada porque mi familia después de cenar, apagaba las luces para ver la televisión, argumentando que teníamos que economizar y no gastar mucha energía eléctrica. Era una costumbre poco saludable para la vista, pero ni modo; “donde manda capitán, no manda marinero” reza el dicho.
 
Tío Pablo insistió:
–Todavía estás dormido hermano. Yo no veo nada extraño. 
Por eso le preguntó a mi abuela:
–¿Y usted ve algo mamá?
Mi abuela contestó:
–¡Yo que voy a andar viendo si la luz está apagada y además estos lentes ya no me ayudan!
Tío Meme comenzó a gritar:
–¡Ay! ¡ay!… ¡ay! ¡ay!...¡AY! ¡AY! ¡AY!
Tío Pablo se levantó de la silla diciendo:
–¡Voy a encender la luz!
Tía Clara y tía María ya estaban cerca de su hermano mayor mirando hacia el techo también. Cuando tío Pablo encendió la lámpara, el comedor se iluminó totalmente y…  ciertamente la lámpara parecía una fogata con sus lenguas de fuego... “moviéndose”… “como lombrices”... Pronto me di cuenta que solo mi tío Meme y yo veíamos eso. Me acerqué a tío Pablo y le dije:
–¡Pero yo veo que se mueve la lámpara tío! ¡parecen lombrices!
Tío Pablo rápidamente me respondió:
-¡Vos callate cipote! ¡dejá de hablar tonteras! ¡vos sos choco!... son puras imaginaciones tuyas. ¡Mejor andáte a dormir! –Ya no dije nada. Era preferible callarme, yo sabía que era cascarrabias.

Mi tío Meme se asustó mucho más y gritaba desesperadamente cubriéndose la cabeza sentado en la silla, él no solo veía sino que sentía algo raro:
–¡Me quieren llevar!… ¡ME QUIEREN LLEVAR!
Mi abuela ya tenía abrazado a tío Meme y le decía:
–¿Para dónde hijo? ¿quién te quiere llevar?
Tío Meme seguía gritando:
–¡Ellos!… ¡Ellos!… ¡ME QUIEREN LLEVAR!… ¡NO! ¡NO!
Mi tío se agarraba las sienes con sus manos y se echaba hacia atrás como evitando ser halado por algo o por alguien. Mis tías ya estaban con sus brazos extendidos hacia tío Meme, llorando y clamando por su hermano. Era tal mi asombro que yo estaba mudo e inmóvil en mi esquina de la mesa

Tío Pablo no entendía nada y le decía a su hermano:
–Pero yo no veo nada raro Meme… ¿ni ustedes tampoco, verdad? 
Refiriéndose a sus hermanas y a su madre. La respuesta a coro fue que ellas tampoco veían nada extraño. Pero el fenómeno continuaba. 

Yo seguía completamente azorado, no entendía nada. Mi abuelo empiyamado, ya estaba de pie en la puerta de su cuarto observando la situación, se había quedado boquiabierto, sin pronunciar palabra. Tampoco entendía nada de lo que estaba ocurriendo. 

Tío Pablo se percató de que cuando encendió la luz, el miedo de su hermano había aumentado, por ello preguntó:
–¿Apago la luz mejor?
Mis tías contestaron juntas:
–¡NO PABLO!… ¡ASÍ DEJÁLA!
Tío Pablo quiso explicarse mejor y dijo:
–Es que cuando encendí la luz, Meme comenzó a gritar más…

Mi abuela repuso:
–Sí, pero no, esto debe ser un espíritu maligno o a saber quién le está haciendo este mal, mejor recen conmigo hijos… “Espíritu del Señor, Espíritu de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Santísima Trinidad, Virgen Inmaculada, ángeles, arcángeles y santos del paraíso desciendan sobre Meme. Llénale de ti Señor, expulsa de Meme todas las fuerzas del mal, aniquílalas, destrúyelas, para que Meme pueda estar bien. Expulsa de Meme, cualquier maleficio, brujería o maldición; todo lo que es mal, pecado, envidia, celos y perfidia.
Quema todos estos males en el infierno, para que nunca más le toquen a Meme, ni a ninguna otra criatura en el mundo.” 

Ahora recémosle a la Virgen María, Madre de Dios… “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, bendito es el fruto de tu vientre Jesús”… Recen conmigo… “Santa María madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén…”

Mis tías y yo la acompañamos en el rezo. Mi abuela sin dejar de abrazar a tío Meme seguía orando “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, bendito es el fruto de tu vientre Jesús…”

Mi abuelo no rezaba, estaba silencioso y muy serio, me miró… y me ordenó que me fuera al cuarto a hacerle compañía a mi hermano menor, porque estaba solo. Yo le obedecí rápidamente. Desde el cuarto del fondo escuchaba los gritos de tío Meme y las plegarias de todos mis tíos. Mi hermanito no había oído nada, dormía como una roca. No sé cuánto tiempo estuvieron rezando hasta que por fin se calmó el bullicio. Yo también rezaba tembloroso y entre dientes. Al calmarse todo, habían llevado a mi tío a su habitación para que se acostara, lo acompañaron un rato y luego salieron de su habitación dejándole la puerta abierta. Tío Meme había quedado exhausto. 

Cuando ellos comentaban lo ocurrido en el pasillo de la cocina, alcancé a escuchar que tío Pablo les decía a sus hermanas:
–¿No escucharon algo cuando Meme se quedó dormido en su cama?
Mi tía María dijo:
–Yo solo vi un resplandor en las ventanas… pero pensé que era algún relámpago por alguna tormenta que venía.
Tía Clara dijo:
Yo no vi ni oí nada, estaba tan preocupada por Meme que...
Tío Pablo respondió:
–Pues no viene ninguna tormenta hermana, si mirás por la ventana te darás cuenta que ahorita el cielo está limpio.
Tía Clara preguntó a tío Pablo:
–¿Y vos qué oíste?…
Tío Pablo contestó pausadamente:
–Ustedes van a pensar que estoy loco, pero… es que además del resplandor que vos viste María… yo escuché un zumbido raro… como si algo alzaba vuelo. 
–¿Y qué diablos habrá sido hermano? –dijo tía Clara.
–No sé hermanas… no sé…–dijo tío Pablo–, yo solo sé que esto es muy extraño. Mi hermano estaba completamente sobrio, no podemos pensar que tenía algún delirio ni nada parecido por haber bebido licor. 

Mi abuela que había oído todo les dijo:
–Son los malos espíritus hijos… son los malos espíritus o alguna gente envidiosa que le ha hecho algún mal a mi pobre hijo. Mañana voy a ir a la iglesia Don Rúa, a pedirle una botella de agua bendita al señor cura, para santiguar esta casa y voy a encender unas veladoras al Sagrado Corazón de Jesús. Antes de dormir, encomiéndense al Señor Dios Todopoderoso.

Terminaron de hablar y se fueron a dormir, pero dejaron encendida una lámpara de mesa cerca de la habitación de tío Meme, por si acaso... Yo tenía mucho miedo, pensaba que realmente había visto lo mismo que tío Meme, pero no sentí otra cosa. No me atreví a decirles más a mis tías ni a mi abuela.  porque no me iban a creer.  Aunque estaba soñoliento y con miedo, alcanzaba a escuchar a través de los vidrios entreabiertos de la ventana, que el viento soplaba no tan apacible. Luego, poco a poco, mientras rezaba el Padrenuestro, los ojos se me fueron cerrando hasta quedar dormido. 


Autor: ©Mario Peralta
Fecha: Tokio, septiembre 2020




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