EL POLICÍA (KEIKAN) / Mario Peralta
警官 KEIKAN
EL POLICÍA
Autor: ©Mario PeraltaTokio, Agosto 2020
“Ni tan lento que la muerte te alcance,ni tan rápido que des alcance a la muerte”Proverbio japonés
El señor Tanaka (田中さん / Tanaka-san) había dejado sus mejores años como oficial en el Departamento de Policía Metropolitana de Tokio y se retiró tal como había planeado; a los sesenta. Quería disfrutar de su retiro. Al principio, todo parecía que iba a ser agradable, al fin iba a tener tiempo para divertirse; ir de paseo al campo, escalar montañas, jugar a las cartas, ver la temporada de béisbol o hacer cualquier cosa que le gustara. Nunca se había enfermado de algo serio y su trabajo policial tampoco había significado alto riesgo: patrullar por los alrededores del barrio asignado, orientar a los turistas extranjeros, dirigir el tráfico de vez en cuando y ayudar a aquellos que habían dejado olvidada alguna pertenencia. En realidad, no había sido un trabajo complicado.
Los “homeless” (ホームレス) no eran problema; en invierno había que hacerse de la «vista gorda» cuando caía nieve y concederles una esquina para refugiarse por la noche en la estación del metro, eso no hacía daño a nadie.
Los que sí causaban algún problema eran esos “hentai” (変態 / pervertidos) que hurtaban la ropa interior de las chicas solteras que habitaban en apartamentos individuales y dejaban secando su ropa en el “balcony” (バルコニー) que era de fácil acceso para los transeúntes. ¡Quién iba a creer!...una vez hasta le robaron el asiento de la bicicleta a una chica atractiva. Cuando lo detuvieron, el ladrón confesó que eso era irresistible para él, le gustaba sentir el aroma de la chica impregnado en el asiento de su bicicleta. En la comisaría tuvo que pedir disculpas, pagar la multa y hasta allí no más.
Los “chikan” (痴漢 / exhibicionistas y tocones) eran otros molestos para el vecindario, especialmente en los callejones oscuros. Les excitaba fastidiar a las mujeres mostrándoles sorpresivamente sus genitales y luego salir corriendo.
Otros impertinentes eran los que grababan con sus celulares a las estudiantes cuando subían por las escaleras mecánicas, les fascinaba tomar videos de sus muslos y sus prendas íntimas para luego masturbarse en los servicios (トイレ / Toilets).
¡¡ BAKA !! (ばか / ¡Tontos!)... con pedir disculpas y pagar multas, se solucionaba la mayoría de esos pequeños problemas. ¡Nada qué ver con los graves problemas que se veía que tenía la Policía en otros países! Tanaka-san pensaba que tenía que agradecer a sus padres por haberlo procreado en Japón (¡?).
Solamente al principio, el “yasumi” (休み / descanso) parecía que iba a ser divertido. Pero luego del primer mes, comenzaron los problemas con Atsuko (アツ子), su esposa. Ella no estaba acostumbrada a la presencia constante de su marido, y por eso se sentía maniatada. Antes, cuando Tanaka-san trabajaba en su “Koban” (交番 / Puesto policial) en la calle, no tenía que verlo en todo el día, Desde que salía por la mañana hasta que volvía por la noche, no sabía nada de su esposo. También había turnos de noche, en los que rotaba con sus compañeros de “Koban”, de tal manera que la ausencia podía ser más larga periódicamente.
El apartamento de Tanaka-san y Atsuko era normal; es decir, pequeño. Comprendía: “LDK” (Living-Dining-Kitchen / Sala-Comedor-Cocina), dos pequeños dormitorios, el retrete, el “ofuro” (おふろ / bañera) y el balcón. Eso era todo. Por eso, Tanaka-san comenzó a dar caminatas por el parque a lo largo del Zempukujigawa (río Zempukuji) y a pensar seriamente en que todavía podía encontrar algo que lo entretuviera fuera de casa y generar ingresos extras. Se le vino a la mente que tenía guardado en su archivo un tarjetero y que por allí debía estar la «meishi» ( 名刺 /tarjeta de presentación) de su excompañero de labores, el señor Kanemura-san (金村さん / el Sr. Kanemura). Recordó que se llevaban bien en la Policía y que lo último que supo de él, fue que tenía una pequeña agencia de detectives privados, de esos que andan metiendo las narices en líos de faldas, para conseguir jugosas indemnizaciones en los divorcios. Pensó que no estaría mal darle una llamada y ver si había algún servicio en el que pudiera colaborar. Y si no, pues lo saludaría y nada más.
Dicho y hecho, Tanaka-san buscó la tarjeta de presentación de Kanemura-san, la encontró exactamente donde pensó que la tenía guardada, le llamó y su excompañero le respondió afirmativamente; en ese momento le urgía contar con alguien de confianza y que tuviera experiencia. ¡Como anillo al dedo!
Vigilar a un marido infiel, no era un trabajo difícil, solamente era cuestión de horarios, chequeo de rutas acostumbradas y sorprenderlo in fraganti. Eso podía tomar algunos días y mientras tanto ¿qué hacía?... pues ir a “Pachinko” (パチンコ) —esos negocios de juegos de maquinitas en el barrio coreano—, comer “Katsudón” (カツ丼 / carne de cerdo rebozado y arroz) en cualquier “Konbini” (コンビニ / tienda de conveniencia) por «one coin» (500 yenes) o si era tanto su deseo, podía entrar a un “Kaiten Sushi” (回転すし / Sushi en banda giratoria) y comer tantos platillos como su apetito lo deseara. En fin, que habían varias posibilidades.
Una noche al salir de su trabajo, al marido en cuestión se le antojó ir de “nomikai” (飲み会 / reunión de compañeros para beber) justo a “Ni-Chome” (二丁目 / Bloque dos - el área de las Drag Queens, travéstis, lesbianas, etc.) en el flamante barrio de Shinjuku (新宿). Esperó a que el grupo terminara su larga reunión de copas y se despidieran en la calle; pero al final vio que el investigado se despedía acompañado... por un joven colega. Esos dos se fueron juntitos y se metieron en un laberinto de callejuelas, hasta que llegaron al «Business Inn» (un Love Hotel/ Motel de amor)... ¡Así que esa era la razón del divorcio! pensó... Se dispuso a sacar más fotos del encuentro furtivo para completar su informe y ... ¡misión cumplida!
Mientras el nuevo trabajo temporal de Tanaka-san transcurría de esa forma, Atsuko hacía su rutina de limpieza diaria en el pequeño apartamento y salía de compras a las «Konbini» (tiendas de conveniencia), al supermercado Marusho o de vez en cuando a buscar algo especial a las grandes tiendas Odakyu y de paso se tomaba un té en algún centro comercial con sus amigas de infancia. Ahora también se podía comprar muchas cosas por Internet, y aunque hacía algunas compras por ese medio, no quedaba satisfecha. No era lo mismo ver el producto, con todas sus características.
Tenía tres amigas con las que se reunía periódicamente para compartir sus experiencias. Las tres eran de la misma promoción escolar, habían crecido juntas. Al principio de sus vidas, luego de graduarse de “Koukou” (高校 / Bachillerato) habían trabajado como oficinistas en alguna empresa pequeña, pero luego se casaron y poco a poco fueron quedando embarazadas, menos Atsuko. Esta, en realidad, quería disfrutar más de su vida, así que se casó tarde. Tuvo que ir a un “Omiai” (お見合い / lugar de citas concertadas) para encontrar a alguien. Así fue como conoció a Tanaka-san. Y todo había estado funcionando más o menos bien. Pero ahora, él ya estaba jubilado y ella no hallaba qué hacer con su marido en casa. Tanaka-san tampoco parecía sentirse cómodo allí encerrado en el apartamento, viendo partidos de béisbol o viendo películas en un viejo DVD player que todavía conservaban. Por eso, Atsuko celebró que Tanaka-san fuera aceptado por su excompañero Kanemura-san como su colaborador. Todo volvería a la normalidad. ¿Volvería a la normalidad?...
La madre de Tanaka-san era una anciana nonagenaria que se llamaba Junko (ジュンコ), ella tenía buena salud en la medida de lo posible y vivía sola en un apartamento a quince minutos de donde su hijo y Atsuko. El sistema de seguridad social funcionaba normalmente bien: exámenes médicos generales anuales y servicio de consulta externa cuando fuera necesario y hasta tenía servicio de comidas proporcionado por el ayuntamiento. Pero un día, intentando colocar unos platos en la parte superior del armario de la cocina, el pequeño banco plegable en el que se apoyaba cedió y Junko cayó a un lado de la cocina doblándose el brazo derecho y lesionándose la pelvis. A su edad, semejante lesión la inmovilizaría por largo tiempo. ¿Quién se haría cargo de cuidarla después de que saliera del hospital? pues... Atsuko.
Atsuko pensaba que podría volver a la «normalidad» cuando su marido comenzó a colaborar con Kanemura-san; pero su deseo se volvió humo cuando se dio cuenta de lo que le había ocurrido a su suegra Junko. El marido de Junko había muerto diez años antes y solo habían tenido un hijo, de tal manera que Atsuko tendría que cumplir las funciones de nuera abnegada a pesar de que no se había llevado bien con ella desde que le fue presentada como futura esposa. Cuando se veían en las fechas tradicionales, no hablaban más de lo necesario. Era bueno vivir en apartamentos a distancia, cada una en su territorio. Si hubieran sido una familia adinerada, habrían podido pagar los costos de una residencia para ancianos; pero los ingresos familiares no alcanzaban para asumir esos gastos, mucho menos para pagar a una enfermera que diera cuidados especiales, aunque fuera de vez en cuando.
Tanaka-san recibió la noticia del accidente de su madre, como baldada de agua fría. Sabía que esto marcaría un antes y un después. Los años pasan y pesan en los huesos. Un hueso roto no se repone fácilmente y peor a una edad avanzada. Aunque le pusieran platinas o clavos... ¡quién sabe lo que usarían los médicos!... había que ayudar a su madre. Normalmente, él no tenía paciencia suficiente para lidiar con el mal humor de su madre, el cual ahora se vería agravado por la condición lamentable en la que había quedado. Prácticamente dependiendo de la buena voluntad de la nuera. Tanaka-san sabía que su pequeño apartamento ahora se vería reducido aún más. Había que vaciar una de las habitaciones, alquilar una “Kurá” (くら / bodega) y tener listo el espacio. Okasan (おかさん / Mamá) tenía tantas cosas viejas... ¡habría que hacer limpieza total!.
Tres meses después, el verano había llegado con sus altas temperaturas. Japón es un país en el que las temperaturas oscilan desde bajo cero hasta los 40o. o 41o. grados centígrados a lo largo del año y de acuerdo a la altitud en cada una de sus islas, con una humedad “in crescendo” de 20%, 40%, 70% o más... hasta la asfixia. No es raro que muchos nipones caigan deshidratados y fallezcan, principalmente los ancianos. Ese verano además de bochornoso era terrorífico.
Atsuko lidiaba día a día con su suegra: preparándole comida tradicional saludable, administrándole los medicamentos prescritos y aseándola de sus partes pudendas. ¡El cambio de pañales de una anciana enferma no es cosa fácil!... No cuesta imaginar que el pequeño apartamento se había convertido en algo muy parecido a una sala de atención hospitalaria, no solo en su aspecto, sino en sus incomodidades y hedores… ¡¡ KOMATANÁ !! (コマタナ / ¡Qué problema!).
La anciana mantenía un dolor que no mermaba a pesar de los analgésicos, había que sedarla con tranquilizantes; pero el cuerpo tiene la tendencia a aumentar la tolerancia a esos medicamentos y reclama dosis mayores, cosa que no prescriben los médicos nipones. Tanaka-san y Atsuko se sentían desconcertados ante lo vanos que resultaban sus esfuerzos por ayudar a Junko.
Tanaka-san atendía a su madre por la noche mientras Atsuko intentaba descansar para retomar el turno de día, pero los quejidos nocturnos de la suegra, no la dejaban pegar ojo. ¡Qué descanso era ese!... Y al amanecer, otra vez al oficio... Tanaka-san estaba desvelado, cansado y tenía que irse a su trabajo de fisgón. En su interior, él se sentía aliviado porque podía salir unas horas de su casa y olvidarse de ver a su madre en ese estado, la quería mucho y detestaba verla sufrir tanto. Si al principio solo se trataba de fracturas, el problema se fue complicando cada vez más: escaldaduras, hongos, infecciones en las vías urinarias, estómago descompuesto por la ingestión de tantos medicamentos y... ¡signos de demencia senil!… en fin, era la de no terminar.
Tanaka-san sabía que Atsuko estaba a punto de estallar y ni siquiera podía tocarla por la noche para desahogarse un poco. Un día, al filo de las ocho de la noche y deambulando aturdido por las calles, hasta se había olvidado de tener que realizar su función de fisgón, cuando se dio cuenta ya circulaba por una de esas callejuelas oscuras del barrio coreano y alguien le decía: “¿Ojisan... asobu?” (おじさん あそぶ / ¿Nos divertimos tío?)... ¡Claro! era una chica que andaba buscando clientes. Tanaka-san sabía que aunque la chica era atractiva, él no llevaba en su billetera mucho dinero. Así que agachó la cabeza y pasó de largo hasta detenerse frente a una máquina expendedora de bebidas, desde allí se miraba pasar a los transeúntes, tiendas de comida y arrinconada en un predio baldío pero cercado, una pequeña estatua de «Kitamuki Kannon Bosatsu» (北向観音菩薩 / El “Iluminado”- sacerdote budista).
Algunas de las jóvenes que buscaban clientes a esa hora, se dirigían a la imagen del Bosatsu, le hacían reverencia y oraban, luego daban media vuelta y se introducían en los pasajes aledaños donde había moteles temáticos muy convenientes para pasar un rato divertido con alguna de ellas. Tanaka-san sabía que esas chicas pedían a aquel santo sacerdote que les concediera al menos un cliente generoso y amable esa noche. Los tiempos de la «burbuja económica» ya habían pasado y la situación era difícil para todos. Aquellas jóvenes eran de diversos orígenes, muchas provenían del Sudeste Asiático, Sur América, Europa y hasta de África. Cada una con una historia a cuestas. Los colegas policías daban sus rondas de vez en cuando por esas callejuelas, pero solían hacerse los desentendidos, a menos que hubiera algún conato de bronca.
Cerca de la máquina donde se encontraba Tanaka-san, también había otras mujeres que lo veían de reojo, a la sombra de unos postes. Estas ya no iban a orar, estaban viejas y resignadas, solo esperaban por clientes mayores y borrachos a los cuales complacer paciente y cariñosamente por mucho menos que las jóvenes. Tanaka-san no lo pensó mucho y se acercó a una de ellas, le indicó con la cabeza que fueran a un motel y la mujer sin dudarlo fue con él.
El encuentro con la mujer no fue tan divertido como lo hubiera esperado y no porque ella no hubiera puesto todo de su parte. La mujer logró hacer la encomiable tarea de ayudarle en su erección, pero una vez dentro de ella, Tanaka-san sintió que algo se le desgarraba desde dentro en su intento por culminar la eyaculación. ¿Qué sería aquello?... como el ardor fue intenso, pronto sacó su miembro y se fue al retrete para ver de qué se trataba. Para su sorpresa, el preservativo tenía sangre y no era poca. Se afligió. La mujer le preguntó desde la cama, si estaba bien, Tanaka-san respondió afirmativamente, hizo como si no había pasado nada, limpió todo rastro de sangre, pronto se duchó, le pagó a la mujer por sus servicios, le dio las gracias por todo y volvió a su casa.
Esa noche mientras Tanaka-san cuidaba a su madre, sentía malestares en su bajo abdomen, disimulaba y pensó que tenía que hacerse una revisión médica pronto.
Después de visitar al urólogo y que este le pidiera una serie de exámenes, a cual más complejo, transcurrieron varias semanas. Sus malestares iban en aumento: dolores en el cuerpo en lugares dispersos y ardor intenso al orinar, ya para entonces con mucha dificultad. Atsuko no sabía nada, parecía que no había prestado atención suficiente a su marido, sino solo a su suegra, que no mejoraba.
El urólogo había referido a Tanaka-san a un hospital de especialidades para que analizaran su situación. Después de citas y exámenes, al fin un especialista se sentó aparte con él y le dejó ir de sopetón el diagnóstico: le dijo que su problema de la próstata era algo colateral, y que aunque él no se había dado cuenta, el problema verdaderamente grave avanzaba y le iba comprometiendo otros órganos. Le explicó que el problema mayor que tenía era un cáncer linfático que se había extendido. Le sugirió que arreglara lo que tuviera que arreglar y le pronosticó cuatro meses de vida cuando mucho.
Tanaka-san se quedó estupefacto; el médico le estaba diciendo su sentencia de muerte. Oía que el médico seguía hablando acerca de otras atenciones que debía recibir, pero él ya no comprendía nada. Cuando salió a la calle, tenía ganas de morirse allí mismo, pero no... no podía hacerlo. Su madre estaba demasiado enferma como para que él se fuera antes que ella. Tenía que pensar en algo...
Esa tarde, Tanaka-san daba vueltas por un barrio concurrido y hacía tanto calor que optó por entrar a una cafetería para refrescarse con el aire acondicionado del lugar. Ahora entendía el por qué de una serie de síntomas que él nunca había relacionado con un cáncer. Podía haber pensado en cualquier otra enfermedad, menos en un cáncer. También pensó que los exámenes médicos generales anuales habían sido un timo. Ahora ya era tarde para derivar responsabilidades. Ahora había que pensar en cómo quedaría su esposa y su madre. Atsuko podría ser beneficiaria de su pensión... ¿pero su madre Junko? ¿se la dejaría a Atsuko para que siguiera cuidándola en ese estado?... Salió de la cafetería y volvió a su casa para continuar con el papel de enfermero de su madre.
Esa noche Tanaka-san se sentía como un zombi. Veía a su madre, escuchaba sus quejidos y una pregunta martillaba su cabeza: ¿Qué iba a hacer?... ¿QUÉ IBA A HACER?… ¿Iba a esperar a que aquel cáncer lo devorara por dentro? ¿Iba a permitir que su madre quedara abandonada a los cuidados de una nuera que no simpatizaba con ella? ¿Iba a permitir que Atsuko cargara con todas las desgracias y costos de aquel sufrimiento? ¿No era mejor que Atsuko se quedara sola y recibiera su pensión?… No tenían más familiares cercanos...
Amaneció. La suerte estaba echada. Esa mañana Tanaka-san le dijo a su mujer, que se tomara el día libre. Él se haría cargo de cuidar a su madre. Atsuko le repuso que agradecía sus atenciones, pero que él también tendría que ir a trabajar. Él insistió y le explicó que ya había hablado con Kanemura-san y le había pedido que le diera ese día libre. La gestión estaba hecha y había que aprovecharla. Aunque Atsuko no estaba muy convencida, sabía que su marido era terminante en algunas cosas y que no iba a cambiar de decisión. Preparó el desayuno, comieron juntos y se marchó a ver a una hermana que vivía en la ciudad de Chiba. Dijo que volvería por la noche. Tanaka-san asintió y le dijo que se cuidara de los golpes de calor en la calle, la humedad estaba causando estragos como todos los veranos.
Cuando Tanaka-san se quedó a solas con su madre, la miró tiernamente... recordaba su infancia y los cuidados de su madre, ella estaba sedada, necesitaba que se le cambiaran los pañales. Isao no pensó más, era insoportable, tomó una almohada... dudó al principio, pero luego se abalanzó sobre la cabeza de la anciana para asfixiarla. La pobre anciana apenas movía sus manos, no podía hacer nada. Sus resoplidos y quejidos no se escuchaban, nadie oiría nada fuera de aquellas cuatro paredes. Pocos minutos bastaron para que él lograra segarle la vida a su madre. Cuando no percibió ninguna resistencia, verificó que ya no respiraba y que su corazón había dejado de latir. ¿Qué haría después?...
Tanaka-san tomó el teléfono y llamó al «Koban» (puesto de policía) en el cual él había trabajado por años. Les avisó que había asfixiado a su madre y que los esperaría en su apartamento; pero en realidad no los esperó. Salió del apartamento, cerró la puerta y se encaminó a la estación de trenes más cercana.
Como eran las diez de la mañana, no había mucho movimiento en la estación. Alcanzó a ver que se acercaba el tren naranja de la línea Chuo, era el expreso a Tokio, no había barreras de protección, y el tren no se iba a detener en esa estación.
En los parlantes de la estación alertaban a los pasajeros que esperaban otros trenes, para que no se acercaran a la franja de peligro y evitar el golpe del viento:
“¡Peligro! ¡peligro! ¡quédense detrás de la línea blanca por favor!¡Peligro! ¡peligro! ¡quédense detrás de la línea blanca por favor!”( きけんですので しろいせんのうちがわに、おさがりください / Kikendesu node shiroisen no uchigawa ni osagari kudasai )
Tomó distancia en la plataforma y cuando calculó que estaba cerca «el caballo de hierro», tomó impulso, corrió y se lanzó hacia las vías del tren... unas mujeres que estaban cerca gritaron horrorizadas al presenciar aquello...
Los gritos, el zumbido del tren, el golpe seco en aquel cuerpo humano y la alarma estridente de peligro quedaron sonando como congelados en el tiempo y en el espacio...
Autor: ©Mario PeraltaTokio, Agosto 2020
Noticia: Anciano confiesa asesinato de su esposa antes de suicidarse /
Suicidios en Japón
Departamento de Policía Metropolitana de TokioJAPÓN
Algunas de las jóvenes que buscaban clientes a esa hora, se dirigían a la imagen del Bosatsu, le hacían reverencia y oraban, luego daban media vuelta y se introducían en los pasajes aledaños donde había moteles temáticos muy convenientes para pasar un rato divertido con alguna de ellas. Tanaka-san sabía que esas chicas pedían a aquel santo sacerdote que les concediera al menos un cliente generoso y amable esa noche. Los tiempos de la «burbuja económica» ya habían pasado y la situación era difícil para todos. Aquellas jóvenes eran de diversos orígenes, muchas provenían del Sudeste Asiático, Sur América, Europa y hasta de África. Cada una con una historia a cuestas. Los colegas policías daban sus rondas de vez en cuando por esas callejuelas, pero solían hacerse los desentendidos, a menos que hubiera algún conato de bronca.
Cerca de la máquina donde se encontraba Tanaka-san, también había otras mujeres que lo veían de reojo, a la sombra de unos postes. Estas ya no iban a orar, estaban viejas y resignadas, solo esperaban por clientes mayores y borrachos a los cuales complacer paciente y cariñosamente por mucho menos que las jóvenes. Tanaka-san no lo pensó mucho y se acercó a una de ellas, le indicó con la cabeza que fueran a un motel y la mujer sin dudarlo fue con él.
El encuentro con la mujer no fue tan divertido como lo hubiera esperado y no porque ella no hubiera puesto todo de su parte. La mujer logró hacer la encomiable tarea de ayudarle en su erección, pero una vez dentro de ella, Tanaka-san sintió que algo se le desgarraba desde dentro en su intento por culminar la eyaculación. ¿Qué sería aquello?... como el ardor fue intenso, pronto sacó su miembro y se fue al retrete para ver de qué se trataba. Para su sorpresa, el preservativo tenía sangre y no era poca. Se afligió. La mujer le preguntó desde la cama, si estaba bien, Tanaka-san respondió afirmativamente, hizo como si no había pasado nada, limpió todo rastro de sangre, pronto se duchó, le pagó a la mujer por sus servicios, le dio las gracias por todo y volvió a su casa.
Esa noche mientras Tanaka-san cuidaba a su madre, sentía malestares en su bajo abdomen, disimulaba y pensó que tenía que hacerse una revisión médica pronto.
Después de visitar al urólogo y que este le pidiera una serie de exámenes, a cual más complejo, transcurrieron varias semanas. Sus malestares iban en aumento: dolores en el cuerpo en lugares dispersos y ardor intenso al orinar, ya para entonces con mucha dificultad. Atsuko no sabía nada, parecía que no había prestado atención suficiente a su marido, sino solo a su suegra, que no mejoraba.
El urólogo había referido a Tanaka-san a un hospital de especialidades para que analizaran su situación. Después de citas y exámenes, al fin un especialista se sentó aparte con él y le dejó ir de sopetón el diagnóstico: le dijo que su problema de la próstata era algo colateral, y que aunque él no se había dado cuenta, el problema verdaderamente grave avanzaba y le iba comprometiendo otros órganos. Le explicó que el problema mayor que tenía era un cáncer linfático que se había extendido. Le sugirió que arreglara lo que tuviera que arreglar y le pronosticó cuatro meses de vida cuando mucho.
Tanaka-san se quedó estupefacto; el médico le estaba diciendo su sentencia de muerte. Oía que el médico seguía hablando acerca de otras atenciones que debía recibir, pero él ya no comprendía nada. Cuando salió a la calle, tenía ganas de morirse allí mismo, pero no... no podía hacerlo. Su madre estaba demasiado enferma como para que él se fuera antes que ella. Tenía que pensar en algo...
Esa tarde, Tanaka-san daba vueltas por un barrio concurrido y hacía tanto calor que optó por entrar a una cafetería para refrescarse con el aire acondicionado del lugar. Ahora entendía el por qué de una serie de síntomas que él nunca había relacionado con un cáncer. Podía haber pensado en cualquier otra enfermedad, menos en un cáncer. También pensó que los exámenes médicos generales anuales habían sido un timo. Ahora ya era tarde para derivar responsabilidades. Ahora había que pensar en cómo quedaría su esposa y su madre. Atsuko podría ser beneficiaria de su pensión... ¿pero su madre Junko? ¿se la dejaría a Atsuko para que siguiera cuidándola en ese estado?... Salió de la cafetería y volvió a su casa para continuar con el papel de enfermero de su madre.
Esa noche Tanaka-san se sentía como un zombi. Veía a su madre, escuchaba sus quejidos y una pregunta martillaba su cabeza: ¿Qué iba a hacer?... ¿QUÉ IBA A HACER?… ¿Iba a esperar a que aquel cáncer lo devorara por dentro? ¿Iba a permitir que su madre quedara abandonada a los cuidados de una nuera que no simpatizaba con ella? ¿Iba a permitir que Atsuko cargara con todas las desgracias y costos de aquel sufrimiento? ¿No era mejor que Atsuko se quedara sola y recibiera su pensión?… No tenían más familiares cercanos...
Amaneció. La suerte estaba echada. Esa mañana Tanaka-san le dijo a su mujer, que se tomara el día libre. Él se haría cargo de cuidar a su madre. Atsuko le repuso que agradecía sus atenciones, pero que él también tendría que ir a trabajar. Él insistió y le explicó que ya había hablado con Kanemura-san y le había pedido que le diera ese día libre. La gestión estaba hecha y había que aprovecharla. Aunque Atsuko no estaba muy convencida, sabía que su marido era terminante en algunas cosas y que no iba a cambiar de decisión. Preparó el desayuno, comieron juntos y se marchó a ver a una hermana que vivía en la ciudad de Chiba. Dijo que volvería por la noche. Tanaka-san asintió y le dijo que se cuidara de los golpes de calor en la calle, la humedad estaba causando estragos como todos los veranos.
Cuando Tanaka-san se quedó a solas con su madre, la miró tiernamente... recordaba su infancia y los cuidados de su madre, ella estaba sedada, necesitaba que se le cambiaran los pañales. Isao no pensó más, era insoportable, tomó una almohada... dudó al principio, pero luego se abalanzó sobre la cabeza de la anciana para asfixiarla. La pobre anciana apenas movía sus manos, no podía hacer nada. Sus resoplidos y quejidos no se escuchaban, nadie oiría nada fuera de aquellas cuatro paredes. Pocos minutos bastaron para que él lograra segarle la vida a su madre. Cuando no percibió ninguna resistencia, verificó que ya no respiraba y que su corazón había dejado de latir. ¿Qué haría después?...
Tanaka-san tomó el teléfono y llamó al «Koban» (puesto de policía) en el cual él había trabajado por años. Les avisó que había asfixiado a su madre y que los esperaría en su apartamento; pero en realidad no los esperó. Salió del apartamento, cerró la puerta y se encaminó a la estación de trenes más cercana.
Como eran las diez de la mañana, no había mucho movimiento en la estación. Alcanzó a ver que se acercaba el tren naranja de la línea Chuo, era el expreso a Tokio, no había barreras de protección, y el tren no se iba a detener en esa estación.
En los parlantes de la estación alertaban a los pasajeros que esperaban otros trenes, para que no se acercaran a la franja de peligro y evitar el golpe del viento:
“¡Peligro! ¡peligro! ¡quédense detrás de la línea blanca por favor!¡Peligro! ¡peligro! ¡quédense detrás de la línea blanca por favor!”( きけんですので しろいせんのうちがわに、おさがりください / Kikendesu node shiroisen no uchigawa ni osagari kudasai )
Tomó distancia en la plataforma y cuando calculó que estaba cerca «el caballo de hierro», tomó impulso, corrió y se lanzó hacia las vías del tren... unas mujeres que estaban cerca gritaron horrorizadas al presenciar aquello...
Los gritos, el zumbido del tren, el golpe seco en aquel cuerpo humano y la alarma estridente de peligro quedaron sonando como congelados en el tiempo y en el espacio...
Autor: ©Mario Peralta
Tokio, Agosto 2020
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Anciano confiesa asesinato de su esposa
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